-Imagina que nunca me he ido.
Sus manos, entrelazadas, se apretaban por momentos.
-¿Cómo podría hacer eso cuando quiera verte y no pueda?
-Porque, al fin y al cabo, la parte más importante de mí te la quedas tú... No te hará falta buscarme, hace tiempo que te regalé mi ser, mi alma y mi todo. Me encontrarás siempre que lo necesites.
El lento baile, acompasado por una música suave, fue terminando. Le soltó la mano y rodeó su cuello en un fuerte abrazo. Las lágrimas se desbordaban de sus ojos, empapando su hombro.
-Pero eso no es suficiente. Yo no necesito tu todo, yo te necesito a ti.
-Pues espérame. Volveré.
Rodeó con sus manos el rostro de ella y, tiernamente, besó sus labios.
-¿Me lo prometes?
Su amor asintió, sonriendo con ojos encharcados.
Y la música cesó, de la misma forma que acaban los buenos momentos y se van para no volver, señalando que había llegado la hora del adiós. Tras más abrazos y besos, ella lo vio marchar, destrozada por la separación, esperanzada por volverlo a ver. Aun así, sabía que lo haría. Sabía que lo volvería a tener entre sus brazos. Se dio la vuelta y, sin mirar atrás, comenzó a andar con el paso firme de quien sabe que el amor ni traiciona ni abandona. El amor seguiría estando vivo en los dos, jamás se alejaría de ellos.