29 de marzo de 2011

Te amo

La comisura de tus labios, junto a tus ojos, te hace expresar la más bella de las sonrisas. ¡Cuan bello el amanecer que vivimos juntos, casi incomparable a la belleza de tu alma! En el momento en que me miras ya no sé si son tus ojos los que me escudriñan, o el amor que percibo proviene de más allá de las palabras y de los cuerpos. Tal vez más allá que la vida misma. ¿Eres tú, alma amada, gemela de la mía, quien besa cada noche mis labios sin besarlos? Puede que seas tú, invisible, oculta bajo la piel de un muchacho, quien me entrega la felicidad en pequeñas dosis de amor. No lo sé. A veces pienso que el dolor es necesario, que todo humano sufrirá por ese dichoso sentimiento alguna vez. Tampoco sé cuántas veces he sido arrastrada por un mar de lágrimas ante feas circunstancias, pero sí puedo cerciorar, sin duda alguna, que si las negativas emociones son necesarias para seguir amándote, me haré amiga del dolor. Y juntos, cogidos de las manos, enlazados por un mismo sino, atravesaremos océanos de tristeza y felicidad. Pero también mundos, mundos de amor.

24 de marzo de 2011

Destartalada alegría

La vida tamborilea sobre mi lecho, el rumor de la fina lluvia llega a mis oídos como aclamando una respuesta. Los árboles son mecidos por el tenue viento, adormeciendo mis sentidos. El mundo me acoge en su regazo y yo, exenta de ganas y muerta de frío, lo abrazo. Agarro fuerte el vacío y el todo, no los quiero dejar escapar; pero se van. La vida ha dejado de tamborilear, la lluvia ha desencadenado en una tormenta y no tengo tiempo para pedir clemencia. Los árboles se vuelven peligrosos, azotados por el intenso viento que provoca mi máxima alerta. Pero no tengo ganas. No moveré ni el más pequeño de los dedos y me quedaré aquí, paciente, a esperar lo que venga. Brisa, acaríciame si es eso lo que quieres; viento, llévame contigo si así lo deseas. No hay nada por lo que luchar.

20 de marzo de 2011

Mi ying y mi yang

Hoy, necesito llegar a la próxima parada, necesito encontrar el eslabón siguiente que pensé perdido. Necesito recuperar cada pieza del rompecabezas de mi vida que se dispersaron por océanos y desiertos, desparramando mi realidad en mil pedazos de angustiosos recuerdos. Algo me pide que grite ¡AQUÍ ME BAJO!, pero no puedo. No sé por qué. Necesito seguir construyendo esta tela de mil agonías y mil sonrisas, tal vez por monotonía, costumbre, estupidez, insensatez... ¿O amor?
Tal vez no exista la alegría sin la tristeza, tal vez sea como el ying y el yang, la vida y la muerte; que se complementan, que no existen el uno sin el otro. ¿Podemos ser las personas también así? ¿Podemos seguir "vivos" sin alguien que nos complementaba, que completaba nuestra existencia, pero sin sentirnos satisfechos jamás?

17 de marzo de 2011

Amor a distancia

La había visto por última vez hacía algo más de una semana. Recordó cuando los ojos que lo miraban se anegaron en lágrimas y cuando aquella boca había dejado escapar un suspiro de desesperación. Lo iba a echar de menos. Y él a ella también. Fue entonces cuando se introdujo en el tren, emprendiendo el camino de vuelta a casa, dejando tras él a esa persona que lo estaría esperando hasta la próxima vez.
Cada mañana había despertado entre sudores con la incertidumbre de si ella le era fiel, si en verdad lo amaba. Y maldijo, como cada día, la distancia que los separaban. Contaba los días para volver a verla, tenerla de nuevo entre sus brazos y aspirar el aroma de su pelo. ¡Cuánto la anhelaba!
De nuevo, se acomodó en el tren y ansió besarla. Cada minuto le desgarraba más el corazón, ahogándole el pecho mientras miraba sin ver a través de la ventana.
Atravesó rápidamente la distancia que le restaba hasta la posición de su amada cuando el tren hubo parado. No existió el "hola". La cogió en volandas, cubriéndola de besos. Los ojos de ambos ardían de una recuperada felicidad, como en cada encuentro; las manos temblorosas recorrían al otro en pleno andén, llamando la atención del gentío monótono que se dispersaba alrededor. Tactó su rostro, los ojos cerrados. Sintió bajo sus dedos la suavidad de su piel y ansió besarla con fiereza. Algo brillaba en sus miradas, algo curvaba sus labios. Se fundieron en un profundo beso, uniendo dos almas, más que dos cuerpos.
Y a la noche, como en cada ocasión, volvió a despedirse de ella. Al subir al tren se sintió en paz con el mundo. Estaba seguro de que ella jamás le sería infiel. Sabía que lo amaba. Pensó cuando su madre le preguntó, al enterarse de la relación a distancia que mantenía, que si estaba dispuesto a esperar para volver a verla. Le había respondido, orgulloso, que "cuanto más tiempo tardara en verla, más ansiaría de ella, más la necesitaría a su lado y más la amaría".
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