10 de noviembre de 2011

Estrella fugaz

-¿La has visto? -Le preguntó, mirándola.
-¿El qué?
-La estrella fugaz.
-No, no me he dado cuenta. ¿Has pedido algún deseo?
-Si se cumple, te lo diré.
-¿Qué más da? Se cumplirá si te esfuerzas por que se cumpla. Si no, necesitas mucha suerte.
Él se apoyó sobre su costado, observándola con curiosidad.
-¿Tú crees?
-¿Acaso lo dudas? -Arqueó ella una ceja.
-Te creo, entonces.
Alargó su mano hasta el níveo rostro de ella y acarició con la yema de los dedos las mejillas repentinamente ruborizadas. Se aproximó más y la cubrió con un cálido abrazo. Aguardó unos instantes, en silencio, contemplando la intensidad de su mirada. Después, se rindió al beso del amor.
-Ya, ya se ha cumplido. -Le susurró al oído, alejándose apenas de su abrazo.
-¿Habías pedido poder besarme y que te correspondiera?
-No. Había pedido que me amaras.
-¿Y?
-Ahora sé que de verdad lo haces.

6 de octubre de 2011

Hoy


Esos días amanecía enamorado. Sus ojos, brillando de emoción, me sonreían. La comisura de sus labios me hablaba, me contaba de sentimientos y de días y noches que vivir, de lugares que recorrer y abrazos que dar. Su impaciencia por verla me explicaba a gritos sus ansias. Sus sonrisas me decían qué días la veía y qué días no.

Hoy ha amanecido enamorado. Sus ojos, enrojecidos por el llanto, no me miraron siquiera. La comisura de sus labios estaba encogida, casi temblando, contándome de sentimientos rotos y emociones horriblemente desoladoras, de días y noches eternos que soportar, de lugares imposibles de mirar por miedo a hacer aflorar recuerdos, de falta de abrazos. Su impaciencia por que el día tuviera tantas horas vacías me explicaba a susurros sus nulas fuerzas por disfrutar la vida. Su falta de sonrisas me decía que nunca la veía, que nunca volvería a verla, no al menos como hasta entonces la había visto.
Hoy he amanecido enfadada. Enfadada con el amor, traicionero, mentiroso, creador de ilusiones que luego el abandono destruye.

Había pensado en no volver a tratar con él, pero al recordarlo cambié de idea.

¿Quién no es cegado por la belleza de un amor creciente, prometedor? Te arrastra sin pensarlo hasta su magnitud, hasta su cénit, y luego, a veces, sin quererlo, te abandona.

14 de septiembre de 2011

Forever


Sigo buscando su sonrisa en la oscuridad de mi dormitorio. Aún permanezco sentada, en silencio, recordando sus besos. También duele admitir que mis pensamientos vuelan hacia su persona cada vez que atisbo algo relacionado con él. Y lo peor de todo es que mi vida entera está entrelazada con la suya. O, más bien, lo estaba.
Añoro su piel, su aroma, sus abrazos... su persona. Añoro su amor.

Y lo seguiré añorando porque, como dije, lo querré siempre.

El "siempre" se me está haciendo eterno.

31 de agosto de 2011

Un cuento

La joven princesa sin reino nació en una ciudad sin palacio. Atrapada en el lugar de las avaricias y las penas alimentó su día a día de esperanzas, soñando con atravesar el horizonte y descubrir bellos lares donde ser feliz. Y desde "su torre, que no era torre", atisbó a un joven príncipe sin caballo y sin espada, intentando llegar hasta ella, intentar rescatarla de las garras de la soledad.
Cuando a punto estaba de entregarse a la inmensidad de lo desconocido descubrió que su príncipe azul resultó ser marrón y apesadumbrada y deprimida, volvió a "su torre, que no era torre". Con lágrimas en los ojos, anhelando algún joven caballero sin caballo, pasó años escrutando a lo lejos, siempre esperanzada.
Rendida junto a su amiga soledad, decidió darle más importancia a lo que se la había negado siempre. Y entre alegrías y penas descubrió que aquel príncipe sin reino que desde hacía años la cortejaba resultó ocultar un azul bajo su capa blanca. Absorta ante la sorpresa, por descubrir algo al fin que siempre había estado ahí, se rindió a los brazos del heredero de su amor.

Y así, la princesa -sin reino y sin palacio- halló a su príncipe azul -sin título nobiliario- sin buscarlo.

10 de agosto de 2011

Triste, pero real

Un portazo. Se quedó mirando la puerta, anonadado, tenso. ¿De verdad se había ido? Corrió hasta la ventana y apoyó la frente contra el cristal. Cuando vio su figura atravesar la calle, cerró los ojos. Sí, se marchaba. Una lágrima abandonó sus ojos y se precipitó en picado hasta el suelo. Tal cual había ido su relación: en picado. Y había tocado fondo.
Se sentó en el suelo, agotado, e intentó dar crédito a lo que estaba sucediendo. No podía. Se repitió una y otra vez que la culpa había sido suya, que había dejado de demostrarle lo importante que era para él, de prestarle atención y de, simplemente, poder hablar sin discutir.
Y es en ese momento cuando todos los traicioneros recuerdos vuelan a la cabeza, viendo la felicidad de días atrás. Pero los recuerdos malos no vuelven, al menos, en ese instante, y por ello se hace incapaz de ver la realidad, atisbando únicamente la parte positiva de algo acabado.
Semanas, o incluso meses, después, el sueño le echa a patadas para llegar hasta la realidad y así poder aceptar que el bonito cuento en realidad no era más que una aburrida relación con algún alegre y cariñoso momento entremedia. Entonces comprendió, aliviado, que aquella mujer a la que había amado y amaba había hecho bien al marcharse. Le estaría agradecido, a pesar del dolor que seguía cobijándose en su interior. Cuando algo termina, comienza algo mejor.

2 de agosto de 2011

El amor sin hadas

Era una noche fría, con un cielo estrellado y una luna brillante, cuando lo vio por primera vez apoyado contra un árbol de aquel pequeño parque donde muchos jóvenes se recogían en eternas y amenas tertulias. Le gustó. Parecía simpático. Tras conocerse, el encuentro se repitió una y otra vez, sin límites fijados.
La historia se embellecía conforme pasaban los meses. Un día cualquiera, se perdieron en la textura de sus labios, la profundidad de sus bocas y la suavidad de su piel. Y el cuento terminó. No su relación, pero sí el cuento. El cuento de hadas. Los amores y enamorados prefieren saborear la felicidad, tener la certeza de que la romántica historia no conocerá final ninguno, rechazando además cada discusión. Y por ello, ellos siguieron amándose hasta límites insospechados en un final abierto de un bello cuento, pero el otro "ellos" continuó su relación con cada vez más vaga pasión que al principio. Tal vez terminó, tal vez la monotonía se hizo insoportable y estalló. Pero tal vez se casaran y cumplieran las palabras de "hasta que la muerte nos separe", con una sonrisa en los labios, enamorados, jubilosos, aunque los años no los compadeciesen, aunque se viesen demasiado las caras... se querrían.

22 de julio de 2011

I love you

Susúrrame al oído todas las cosas que nunca me has dicho. Mientras, abrázame muy fuerte, necesito cariño. Tu cariño. Saltémonos todas las reglas juntos y seamos felices con sólo mirarnos. Tócame la mejilla con cuidado, estoy ardiendo. Ardiendo de ganas de ti. Y de amor. Bésame los labios, suavamente, pues son frágiles. Hace tiempo que no son amados.
Demos vueltas juntos, sobre nosotros, alrededor del mundo. Saltemos cogidos de las manos, gritemos a los cuatro vientos nuestra alegría para que nos oigan.
Sonriamos enseñando todos los dientes. Soltemos carcajadas monstruosas. Riamos.

Amémonos.

14 de julio de 2011

Mis pequeños sinsentidos

Es como cuando sonríes sin motivo, cuando lloras y te ríes a la vez por el mero hecho de hacerlo, sin razones; es como cuando tu alrededor avanza día a día y te sientes satisfecha/o de verlo crecer. Es como cuando un buen amigo se postra ante ti y te da un abrazo, así sin más, sin necesidad de explicaciones. Es como cuando por la más simple de las tonterías empiezas a reír y no paras hasta que te duele la barriga, aunque quien te rodee piense que te falta un jueves -o todos los días de la semana-, aunque crea que estás exagerando. Es como cuando guiñas un ojo a alguien y te lo devuelve, sin prejuicios. Es como cuando te apetece decirle al mundo lo muchísimo que lo quieres tanto a él, como a todas las personas que lo componen. Es como cuando te repites, y no importa lo más mínimo que lo hagas, ¿quién no lo hace de vez en cuando? Es como cuando tienes una historia maravillosa que contar, un amor al que recordar y unos amigos a los que amar. Día a día, sin exceptuar un domingo de descanso o un día cualquiera de ánimo bajo. Cada minuto que pasa hay una razón para sonreír: seguir viviendo. Es como cuando todas las cosas, ridículas y tontas, serias e ingeniosas, componen tu vida para poder hacerte feliz. De la misma forma que a mí me hace feliz cada parte de esta tonta enumeración.

7 de julio de 2011

Con cariño

Tiempo al tiempo, dicen. Ahora es cuando, de verdad, lo creo. Antes era un sinvivir, una necesidad de ti inhumana, una debilidad que nadie conocía de mí. Pero todo ha pasado, de la misma forma que el tiempo hace las maletas y se va, de igual manera en que abro los ojos cada mañana y me doy cuenta de que puedo ser feliz yo sola. Más de una vez te dije que eras mi vida, mi mundo entero. Y así era. Pero ahora sonrío sin depender de nadie, lloro cuando de verdad lo necesito y salto de felicidad cada día. Porque soy feliz. Y sí, sin ti.
Tal vez no merezca la pena escribir estas líneas, expresar lo que siento sobre una etapa pasada de mi vida, pero me apetece dejar atrás cada renglón a modo de un adiós, un hasta siempre, amor. Y a la vez, un hasta nunca, cariño. Lo fuiste todo. Pero ahora el todo somos lo que me rodea y yo. Mi verdadero mundo, del que tal vez no debí escapar jamás.

4 de julio de 2011

Una sonrisa enamorada

Alcanzaría la perfecta armonía con sólo tocarte, con poder rodearte con los brazos y aspirar tu aroma, tu aliento de vida. Me alimentaría con flechas de Cupido para pasar cada día junto a ti sin la menor duda, sin el menor miedo. Eso sí, tengo algún que otro vicio. Cuando no te tenga cerca, a mis venas será inyectada una pequeña dosis de celos. No te molestaría, ¿verdad? Dicen que los celos, los sanos celos, mantienen viva la llama del deseo y el amor. Y yo te desearía y te amaría con ferviente pasión. Pero no te alejes. Nunca. Mi mayor necesidad sería acurrucarte entre mis brazos y acariciarte el rostro. O que tú me lo hicieras a mí. No importa. El caso es que sería feliz. Pero sería más feliz cuando tú lo fueses, cuando lográsemos los dos juntos amanecer cada día con una sonrisa en los labios gracias al otro.

1 de julio de 2011

Quiero

Quiero caer en una cama y saltar, saltar hasta lo más alto, y caer... para rebotar y volver a subir. Quiero precipitarme en una piscina de agua cristalina, llegar a tocar su suelo de azulejos azules y volver a salir a la superficie, para respirar, para volver a la realidad. Quiero nadar hasta las profundidades del mar y llegar al fondo, quiero ver a los animales marinos de cerca y codearme entre ellos. Quiero volar yo sola y poder atravesar las nubes sin tener que depender de nadie. Quiero hundirme entre flores y suaves perfumes. Quiero alargar mi lista de deseos sin sentido. Pero sobre todo te quiero a ti. Aunque aún no sé quién eres. 

29 de junio de 2011

Labrando una vida

No sé si lo que hago está bien, o si voy por el camino correcto. Qué más da. ¿Quién tiene que decir cuál es el sendero bueno y cuáles los malos? Improvisaré. Haré lo que crea que está bien, lo que me llene, lo que me impulse a seguir adelante. No importarán las opiniones ajenas. Tropezaré no menos de mil veces, pero me volveré a levantar; me confundiré de senda otras mil veces, pero volveré a encontrar el camino. Me labraré yo sola mi lugar en este mundo. Seguiré mi instinto. Y lo haré bien. A mi manera.

27 de junio de 2011

Otro adiós

Abres los ojos y miras alrededor. Y es cuando te das cuenta de que todo tu mundo, ese que creaste ladrillo a ladrillo, piedra sobre piedra, se desmorona. Ya no existe. Ha pasado de ser tu día a día a convertirse en un sinsentido, en un pequeño recuerdo que en su momento de esplendor pudo compararse con la magnificencia de un palacio. Te duele ver escaparse su estela, dejando únicamente las ruinas de una fortificación deshecha por los golpes de la vida. De tu vida.
Pero sonríes porque tras la caída de algo bonito se construye algo mejor. Poco a poco, con cuidado de que la torre de cartas no se tambalee y caiga, sino que siga creciendo en vertical. Hacia el cielo, entre felicidad.

15 de junio de 2011

Monotonía

Suspiro. Oigo el ronroneo de los coches desde mi habitación, intentando concentrarme. Pensar. Un remolino de sensaciones contradictorias se agolpan en mi cabeza, martilleando mi cerebro. ¿Pienso? Lo intento, pero no deduzco nada. Y sigo aquí, como muerta, sin sacar conclusiones, sin ser capaz de dar un paso, por miedo a que salga mal. Tal vez las cosas deban quedarse como están. Escucho a personas que conversan al caer de mi casa, andando. Se alejan. Puede que ellos tengan las cosas más fáciles... ¿o no? A lo mejor el destino es el que va a barajarme las cartas, porque yo lo intento pero... sigo fracasando. Caigo, y vuelvo a caer. Por favor, azar, dame un respiro. Necesito ser feliz.

7 de junio de 2011

Añoranza

¿Sabes? A veces, cuando creo que todo ha acabado, te veo ahí. En ese banco roído, castigado, donde mil personas se han sentado a descansar y observar el rumbo de la gente. O a la gente sin rumbo. Donde, si me siento sola, te encuentro. Aunque sólo seas un recuerdo, una figura derruida por el tiempo. Una figura que ha terminado siendo un leve espectro en el aire que se dilata con el paso de los años, que pierde tu forma, las facciones de tu rostro. Aun así, sé que sigues ahí. Esperándome tranquilo. Apaciguado por el sueño que nubló tus ojos.

29 de abril de 2011

Beso

Primavera. La apacible brisa acariciaba sus rostros, que sobre aquel césped descansaban.
-Amor, ¿puedo darte un beso? -Su voz, tranquila, dulce, aterciopelada.
-No. -Respondió ella, mirándolo con ternura.
Él no pudo sentirse más desconcertado y, escrutándole los ojos, le preguntó:
-¿Por qué?
-Porque no quiero que me lo pidas. Róbamelo. -Le instó para, acto seguido, lanzarse sobre él cual fiera hambrienta.
Un beso tierno, profundo e irrepetible. Y luego otro. Y otro. Y otro más.

12 de abril de 2011

Vida

Aquella tarde de cielo azul y sol ardiente me cogiste de la mano. Y nos fuimos a pasear entre flores. Las rocé con la yema de mis dedos y pude respirar su aroma, gustoso perfume natural.
Pude acurrucarme en su lecho sin asfixiar a ninguna, ahogando todo triste pensamiento. Y, como quien experimenta tal paz, me dormí. Dulce despertar al encontrarme en aquella maravilla de lugar. No era un dormitorio, no era un salón; era vida. Y pude sentirla. En mí, y en todo.

4 de abril de 2011

Mi parecer

A veces tengo miedo. Quiero conocer todos los secretos del universo, y no morir sin haberlo hecho. Pero sé que eso es lo más irracional que ha pasado por mi mente y que no me espera otro destino que ser un simple peón de este maltratado mundo y acabar bajo tierra como... al fin y al cabo, todos los demás. Cuando sufro por alguna estupidez, típica de cualquier adolescente, pienso que la naturaleza me ha colocado en un lugar idóneo, que he tenido muchísima suerte. Podría haber sido una de esas personas condenadas por la hambruna, podría vivir bajo un puente o en una choza sin luz ni agua en algún rincón del planeta. E incluso podría no haber nacido. Pero aquí estoy, escribiendo en mi propio portátil, en mi dormitorio individual, con los estudios y la comida asegurados. También podría tener una enfermedad terminal, pero no la tengo -al menos, por ahora-.
En ocasiones, voy por la calle y me fijo en las personas con las que me cruzo. ¿Qué clase de vida tienen? ¿Están casados, tienen estudios, son felices, fuman? Unos tienen la piel blanca; otros, mulata o, simplemente, negra. Todos somos diferentes, pero a la vez iguales. Nadie se fija en mí especialmente, somos todos una corriente de pasos hasta un destino que nosotros hemos marcado. O que nos han marcado.
Incluso hoy en día hay seres humanos condenados a, si no a la esclavitud, algo muy semejante. Duele escuchar en el noticiero que alguien ha matado a otro alguien, que nosequién se ha enzarzado en una pelea con otro nosequién y ha acabado cometiendo un homicidio... En fin. También viviendo en un país democrático -España- me resulta casi increíble que sigan existiendo naciones con un líder dictatorial. Esa clase de regímenes sólo crea mentes planas. O, al menos, a mi parecer.
A fin de cuentas, pienso que vivimos en un mundo lleno de incógnitas que probablemente jamás se resuelvan, donde además somos fruto de no mucho más que casualidades que nos han colocado donde estamos, que han hecho que seamos juez, culpable o víctima... Tú, si sales en la televisión, no eres más que yo; en mi caso, tanto si salgo en la televisión, como en la radio o como en el periódico nacional, no soy más que tú. Nadie es más que nadie.

29 de marzo de 2011

Te amo

La comisura de tus labios, junto a tus ojos, te hace expresar la más bella de las sonrisas. ¡Cuan bello el amanecer que vivimos juntos, casi incomparable a la belleza de tu alma! En el momento en que me miras ya no sé si son tus ojos los que me escudriñan, o el amor que percibo proviene de más allá de las palabras y de los cuerpos. Tal vez más allá que la vida misma. ¿Eres tú, alma amada, gemela de la mía, quien besa cada noche mis labios sin besarlos? Puede que seas tú, invisible, oculta bajo la piel de un muchacho, quien me entrega la felicidad en pequeñas dosis de amor. No lo sé. A veces pienso que el dolor es necesario, que todo humano sufrirá por ese dichoso sentimiento alguna vez. Tampoco sé cuántas veces he sido arrastrada por un mar de lágrimas ante feas circunstancias, pero sí puedo cerciorar, sin duda alguna, que si las negativas emociones son necesarias para seguir amándote, me haré amiga del dolor. Y juntos, cogidos de las manos, enlazados por un mismo sino, atravesaremos océanos de tristeza y felicidad. Pero también mundos, mundos de amor.

24 de marzo de 2011

Destartalada alegría

La vida tamborilea sobre mi lecho, el rumor de la fina lluvia llega a mis oídos como aclamando una respuesta. Los árboles son mecidos por el tenue viento, adormeciendo mis sentidos. El mundo me acoge en su regazo y yo, exenta de ganas y muerta de frío, lo abrazo. Agarro fuerte el vacío y el todo, no los quiero dejar escapar; pero se van. La vida ha dejado de tamborilear, la lluvia ha desencadenado en una tormenta y no tengo tiempo para pedir clemencia. Los árboles se vuelven peligrosos, azotados por el intenso viento que provoca mi máxima alerta. Pero no tengo ganas. No moveré ni el más pequeño de los dedos y me quedaré aquí, paciente, a esperar lo que venga. Brisa, acaríciame si es eso lo que quieres; viento, llévame contigo si así lo deseas. No hay nada por lo que luchar.

20 de marzo de 2011

Mi ying y mi yang

Hoy, necesito llegar a la próxima parada, necesito encontrar el eslabón siguiente que pensé perdido. Necesito recuperar cada pieza del rompecabezas de mi vida que se dispersaron por océanos y desiertos, desparramando mi realidad en mil pedazos de angustiosos recuerdos. Algo me pide que grite ¡AQUÍ ME BAJO!, pero no puedo. No sé por qué. Necesito seguir construyendo esta tela de mil agonías y mil sonrisas, tal vez por monotonía, costumbre, estupidez, insensatez... ¿O amor?
Tal vez no exista la alegría sin la tristeza, tal vez sea como el ying y el yang, la vida y la muerte; que se complementan, que no existen el uno sin el otro. ¿Podemos ser las personas también así? ¿Podemos seguir "vivos" sin alguien que nos complementaba, que completaba nuestra existencia, pero sin sentirnos satisfechos jamás?

17 de marzo de 2011

Amor a distancia

La había visto por última vez hacía algo más de una semana. Recordó cuando los ojos que lo miraban se anegaron en lágrimas y cuando aquella boca había dejado escapar un suspiro de desesperación. Lo iba a echar de menos. Y él a ella también. Fue entonces cuando se introdujo en el tren, emprendiendo el camino de vuelta a casa, dejando tras él a esa persona que lo estaría esperando hasta la próxima vez.
Cada mañana había despertado entre sudores con la incertidumbre de si ella le era fiel, si en verdad lo amaba. Y maldijo, como cada día, la distancia que los separaban. Contaba los días para volver a verla, tenerla de nuevo entre sus brazos y aspirar el aroma de su pelo. ¡Cuánto la anhelaba!
De nuevo, se acomodó en el tren y ansió besarla. Cada minuto le desgarraba más el corazón, ahogándole el pecho mientras miraba sin ver a través de la ventana.
Atravesó rápidamente la distancia que le restaba hasta la posición de su amada cuando el tren hubo parado. No existió el "hola". La cogió en volandas, cubriéndola de besos. Los ojos de ambos ardían de una recuperada felicidad, como en cada encuentro; las manos temblorosas recorrían al otro en pleno andén, llamando la atención del gentío monótono que se dispersaba alrededor. Tactó su rostro, los ojos cerrados. Sintió bajo sus dedos la suavidad de su piel y ansió besarla con fiereza. Algo brillaba en sus miradas, algo curvaba sus labios. Se fundieron en un profundo beso, uniendo dos almas, más que dos cuerpos.
Y a la noche, como en cada ocasión, volvió a despedirse de ella. Al subir al tren se sintió en paz con el mundo. Estaba seguro de que ella jamás le sería infiel. Sabía que lo amaba. Pensó cuando su madre le preguntó, al enterarse de la relación a distancia que mantenía, que si estaba dispuesto a esperar para volver a verla. Le había respondido, orgulloso, que "cuanto más tiempo tardara en verla, más ansiaría de ella, más la necesitaría a su lado y más la amaría".

27 de febrero de 2011

Tempus fugit

La oscuridad lo tenía envuelto desde que, maldito destino, las garras de la muerte habían alcanzado a aquella especial persona suya. Me dijo que no le quedaban ganas de vivir, que no tenía ambición alguna ni ganas de poseerla. Temí por él, como jamás había temido por nadie. Le expliqué que la gente viene y va, pero que él seguía vivo, que aún no le tocaba marchar. Sus ojos me espetaban, día tras día, que se estaba dejando a la suerte. Su repentina extrema delgadez, sus marcadas ojeras. Yo misma moría junto a él, me mataba su desdicha. Pensé que tal vez el tiempo lo arreglaría todo, pero no hizo más que empeorarlo. Unas semanas después dejó de salir a la calle, de contestar a las llamadas. Cuando el vaso se colmó, acudí a verlo, asustada. No me abrió la puerta. Conseguí derribarla con la ayuda de un amigo. Lo encontramos en su cama, dormido. No había cometido ninguna barbarie, pero la única señal de que seguía vivo era que su corazón latía y su cerebro continuaba funcionando.
Hablé con él, lo conseguí sacar de aquella deprimente casa. Comprendió mi miedo y me "tranquilizó" como si fuese yo la desgraciada: "La vida sigue". Sus palabras me estremecieron, su tono fue demasiado fúnebre. Organicé una pequeña fiesta llamando a todos nuestros amigos e incluso simples conocidos. Él no tenía idea alguna de lo que estaba planeando para aquella misma noche.
Lo urgí para que se diera una buena ducha y aproveché mientras para quitar todo rastro de suciedad que había descuidado en su depresión. Llegó mi mejor amiga y ambas, exhaustas, llenamos el salón de globos -no podían faltar- y fotografías en las que se retrataban preciosos recuerdos que nuestra amistad había vivido en compañía. En un par de minutos llegaron todos los demás, justo a tiempo para recibir al recién duchado.
Estalló en lágrimas. Jamás lo habíamos visto ninguno llorar tanto. Le demostramos todo nuestro cariño, nuestro apoyo. Supo entonces que no estaba solo, que nunca lo había estado.
La fiesta fue única, y la fraternidad que existió entre nosotros incomparable. Desde entonces, es el primero que sonríe. El primero que dice a otro de nosotros, cuando alguno se da de bruces con la tristeza, que es más bella la vida cuando se la ve con alegres y optimistas ojos.

31 de enero de 2011

¿Dónde estás?

La felicidad no me sonríe. Me han dicho que se ha ido, que tal vez no vuelva. He creído ver su estela de luminosidad mientras te marchabas, sin volver la vista atrás. Mis ojos se empañaron entonces y una fría oscuridad me envolvió por completo. También me han dicho que, cuando quiera, puedo llamar a la alegría y que ésta se encargará de formar en mi rostro una sonrisa. ¿Pero sabes qué? No me importa. Márchate, felicidad. No tienes por qué caminar junto a mí durante el resto de mi vida. Encontraré otra sensación que... Vale, no. ¿A quién pretendo engañar? El reloj me insta que se me está acabando el tiempo, que cada segundo que pasa estoy más cerca de la muerte. ¡Vuelve, felicidad! Quiero yacer en mi lecho final de la mano contigo, quiero volver a ver brillar mis ojos con ese tono que sólo tú me dabas, quiero sentirme de nuevo en aquella burbuja donde no podía dejar de sonreír...

Sentimientos

Escrito por mí el 29 de Septiembre de 2009
Sentimientos en una primera persona.
Vivir un sueño, amarlo siempre, llorar de alegría, reír de impotencia, derramar lágrimas en vano pensando en la lejanía de un futuro ansiado a su lado, buscando una respuesta a una pregunta la cual a tu mente abruma, ¿por qué? No hay respuesta, no hay motivos, no hay una sonrisa, no hay felicidad. Tan solo hallarás como resultado un silencio, una mirada que ya no se dirigirá hacia ti, una mueca de dolor, un llanto. ¿Deseas eso? ¿Vivirás infeliz el resto de tu vida por haber amado a una persona demasiado? La confianza será dura, pero plena, y a veces daña. Lo piensas detenidamente, pasan horas, días, semanas, sientes un vacío inmenso alojado en tu pecho, sientes cada lágrima impotente y dolorosa caer por tu rostro inconscientemente. Pero, ¿qué ocurre? Alguien dice basta! Amor por amistad, amistad por amor. Siempre hay alguien a tu lado que puede socorrerte en cualquier estado en el que te encuentres. Lloras para ti, ríes para los demás. Tal vez no vuelvas a sentir nada de lo que sentiste, pero... ¿conseguirás algo estando mal? No.

Vive el momento, disfruta de los demás. Te darás cuenta de que tus amigos de verdad nunca te fallarán. Y así es, siempre ahí, como si fuera la primera vez. Pero por supuesto, no eres inmune a ningún sentimiento. Rencor, odio, asco,... AMOR. Cada vez que lo ves podrás sentirlo todo, todo y nada. Confusión de sentimientos que se agolpan hacia una misma persona, la misma persona que por primera vez te ha hecho sentirlo todo absolutamente, sin cavilaciones. Te odio, te odio, te odio, te odio... Se convirtieron en Te añoro, te añoro, te añoro, te añoro... y eso implicaba el más grande de los "te amo". Y es que, tú sin él no puedes vivir, es tu droga, tu adicción. Tu vida. ¿Qué más da esos momentos de rabia, odio y discusiones que hayáis tenido, que más da esas miradas de rencor... Cuando hay amor? Un "siempre" se convirtió para Siempre. Un "te quiero" se convirtió en un "te amo", y un "te amo" se convirtió en un "ya no soy una niña, sentir lo que siento no es un juego". La pasión que le dabas y que él te daba tiempo atrás no se puede tachar, no se puede dejar en el olvido, borrándose lentamente en el más profundo rincón oculto de vuestras mentes. Imposible. Ambos corazones se llaman de nuevo, ya desesperados, ya muy necesitados el uno del otro. No pueden vivir así, separados. ¿Os creéis capaz de darle a otra persona lo que os dísteis? De mirar a los ojos a otra persona y decirle "te amo"? Que los besos que un día os regalasteis se los deis a otros? Esas caricias, esas miradas, esos te quiero mudos y hablados, esas noches de pasión... ¿Todo? ¿Se lo darías todo a otra persona? No. Los besos funden vuestros cuerpos en uno, esos abrazos estrujantes y acaparadores el uno del otro que tanto ansiábais daros. Tú y él, por siempre, ¿qué más da lo demás o los demás? Ya está, pase lo que pase. Unidos por un lazo tan fuerte, que nada ni nadie podrá romper.

29 de enero de 2011

Paz frondosa


¿Cómo decirle al niño, que entonces era, que su madre había muerto? Un muñeco de “playmobil” entre mis manos provocaba que me debatiera entre si colocarlo dentro la granja de juguete o fuera. Una inocente preocupación, ajeno a todo el dolor y temor que se cocían a mi alrededor. Había pasado la noche solo con mi vecina, que era muy amiga de mis padres. No había visto a mi madre desde probablemente un día entero y me sentía un tanto confuso, aunque no llegaba a comprender ni la más cercana o remota de las realidades.
Mi padre se acercó con sigilo, expectante; no le di importancia a sus ojos rojos. Acababa de volver, junto a mi abuelo, de a saber dónde. Busqué con la mirada a la figura femenina que anhelaba, pero no me vi complacido. Les interrogué con la inocente mirada y, ante el silencio espectral, lo pregunté en voz alta. Mi padre se acercó a mí y me rodeó con los brazos. No obtuve más de un “Se ha ido, pero te quería mucho” por respuesta. Se las apañaron para mantenerme ocupado todo el día. No volví a mencionarla hasta que a la noche me vi envuelto en llantos y pataleos por mi parte, no comprendía por qué “mamá” no había ido a darme las buenas noches. Y también recuerdo cuando, aquella noche, mi abuelo me introdujo en un mundo de bellas fantasías entrelazadas con la naturaleza. Sus labios me describían un estremecedor y acogedor paisaje, dotado por un cristalino riachuelo e innumerables árboles y flores. Mi mente infantil me llevó de inmediato a un cuento de hadas, lleno de simpáticos animales dispuestos a ser acariciados por mis pequeñas manos, que se removían emocionadas ante la posibilidad de acudir a aquel lugar. La ilusión brilló en mis ojos cuando me prometió que pronto me llevaría.
¿Pero cómo de grande fue mi sorpresa al despertar en el asiento trasero de su coche? ¡No me dio tiempo ni a hacer brotar mi impaciencia! Mi abuelo, con apenas arrugas entonces, me sonreía a través del retrovisor. “Duerme, pequeño, aún queda un rato”, me dijo antes de dejar caer los párpados.
Desperté a la vez que abría su puerta, echando su asiento hacia delante e indicándome mediante un guiño que saliese. Agarré la manta con la que me había cubierto en el viaje y lo acompañé, sumido en una gratificante realidad verde. Verde de naturaleza, de hojas y tallos, de césped y de innumerables plantas.
“¿Es aquí, abuelo?” Mi voz no pudo ocultar mi descontento, pues lo que mis ojos veían no era más que otra imagen cualquiera que podría encontrar incluso en mi ciudad. No había nada espectacular, nada de lo que me había imaginado. Él, asombrándome aún más, estalló en carcajadas. Negó con la cabeza y me cogió la mano, indicándome que debíamos ir a pie. Se echó una gran mochila a la espalda y me pidió que llevara dos ligeros sacos de dormir, a continuación, emprendimos el viaje.
Incluso yo mismo me sorprendí al no abrir la boca en todo el trayecto. Atravesamos un bosque y bordeamos un riachuelo, seguidos por el rumor de los árboles y el murmullo del agua al caer por una pequeña catarata. Un poco más allá, entre dos coloridos montes, dejamos el equipaje. No pude mostrarme más anonadado cuando, de una pequeña caja que sacó de su mochila, extrajo un plástico y lo montó formando una acogedora tienda de campaña. Creo recordar que le pregunté, boquiabierto, si aquello era magia.
Unas frutas para almorzar y un enorme bocadillo de, me parece, era jamón, me quitaron el hambre para el resto del día. Mientras el sol nos iluminaba recorrimos kilómetros de aquella paz ajena al resto del mundo. Al anochecer, mi abuelo encendió una hoguera y me deleitó con multitud de sus más extrovertidas vivencias. También me habló de las ninfas, seres que decía que habitaban alrededor de donde habíamos acampado. Horas después, ambos nos enfundamos en nuestros respectivos sacos de dormir y, exhaustos, nos rendimos al sueño.
Desperté siendo llamado por aquella voz tan familiar, tentándome a buscarla. Mi abuelo roncaba inmerso en su subconsciente, incitándome a salir de allí a hurtadillas. Me desprendí del saco y subí la cremallera de la tienda, bajándola después. La voz me seguía llamando, paciente y serena. Había tenido tanta prisa por salir que no me acordé de colocarme las zapatillas. Casi noto aún el dolor que las pequeñas piedras me provocaban en la planta de los pies. La voz procedía de una mujer que se encontraba sentada al borde del riachuelo. Su silueta me resultó extremadamente familiar, al igual que su voz. No decía mi nombre, sino el apelativo por el que mis familiares me llamaban: “Pequeño”. En cuanto la vi emprendí una carrera hasta encontrarme a su lado. La espesa oscuridad me impidió ver sus facciones, por lo que en verdad no pude saber si se trataba de mi madre o no. La luna se reflejaba en el agua cristalina, dotándonos de la poca luz que podíamos poseer. Conseguí vislumbrar sus ojos, lo cual fue suficiente. El tono almendrado de su mirada me escudriñó con ternura. Percibí cómo la comisura de sus labios se curvaba en una sonrisa y mi realidad brilló en torno a ella.
“¿Mamá?” Susurré. Mi mente de siete años no aceptaba negación alguna. Nunca me habría parado a pensar entonces que ella había muerto. La aludida no respondió e inclinó la cabeza hacia un lado, observándome más delicadamente.
“Pequeño, ¿sabes quiénes somos las náyades?” Negué con la cabeza ante aquella extraña palabra. “No importa. Únicamente quiero que sepas que cuando deje de vivir aquí, te cuidaré allá donde vayas.” Posó su nívea mano sobre mi pecho, provocando que mis latidos aumentaran de velocidad. Cerré los ojos durante una fracción de segundo y oí el lejano gruñido de mi abuelo. Los abrí en el acto y me encontré a solas con el hombre, que tras rabiarme por darle aquel susto, me preguntó lo que hacía allí. “Abuelo, ¿quiénes son las náyades?” Arqueó las cejas de una forma exagerada mientras se sentaba donde segundos antes había estado aquella mujer. Tuve que repetirle una segunda vez la palabra, aunque siguió sin dar crédito a lo que le preguntaba. “Ninfas, hijo. Ninfas que habitan en ríos, lagos… donde haya agua. ¿Por qué lo preguntas?” Después de pensar en su respuesta, le conté lo que acababa de suceder. No recuerdo lo que me dijo entonces, pero tampoco me importaba mucho que me creyese o no.
Acudimos periódicamente a ese sitio y, aunque jamás volví a verla, sentía su presencia, su tierna mirada clavada en mí. Una vez mi abuelo hubo muerto, unos pocos años después, no volví a pisar el lugar.
Le agradecí multitud de veces que me lo hubiera mostrado y él únicamente me pidió que llevara a mis hijos allí igual que él había hecho con mi padre, mis tíos y conmigo. Sigo preguntándome si aquella mujer de ojos almendrados… o ninfa, o lo que fuese, era mi madre. Tal vez se despidió de mí. O tal vez yo seguía soñando.
Y ahora, veinte años después, no sé qué hacer. Abuelo, ¿qué les voy a mostrar a mis hijos? ¿Lo que en su día fue un paraíso terrenal convertido hoy en un vertedero más? ¿Los llevo a acampar junto a un riachuelo de agua negra? ¿Les hago respirar la contaminación que ha acabado con nuestro paisaje? Toda ninfa que un día me describiste, cada ser fantástico que existiera en mi imaginación, ha muerto junto con cada flor, cada árbol y cada pequeño animal o insecto. Hemos arramblado con cada rincón de nuestra naturaleza. Ahora, mis hijos se fascinarán con un juguete electrónico. Al menos puedo gozar en silencio de que un día descubrí la magnificencia de la naturaleza. Me queda por esperanza, abuelo, que no todo haya terminado aún. Tarde o temprano, descubriré otro lugar en el que se pueda escuchar el viento, donde no alcance a ver asfalto, donde los árboles luzcan frondosos y logre escuchar los cánticos de los pájaros desde el alba hasta el atardecer. Y tal vez no les muestre a tus biznietos nuestro rincón, pero adorarán otro tanto como yo adoré aquel.

16 de enero de 2011

Breve, pero plena

EN ÉSTE, CONTABA LOS 14.
TÍTULO: BREVE, PERO PLENA
PREMIO: 2º PUESTO.
Las cortinas blancas, casi transparentes, ondeaban entre la brisa que se asomaba por la puerta abierta del balcón, desde la cual se podía respirar el olor a jazmín, aquel lejano sonido a tráfico, a niños madrugadores jugando entre chillidos un poco más allá, personas que discuten por la calle. Una vida normal, seguidora de la rutina tal vez. Aquella gente anónima, rebelde, soñadora, monótona incluso. Tantas vidas, tantos hilos que pueden ser cortados en cualquier momento, un “zas” y… ¡basta! La Parca encomendada se limita a ponerle fin a aquella historia en la que una vez un corazón latió rápida y lentamente. Tantas emociones puede albergar la mente humana… tanto miedo, tantas dudas, tanto amor.
Sus ojos, observando sin observar aquellas cortinas que tal vez no volvería a ver, ausentes y cristalinos, ocultaban –o al menos ella lo intentaba- el divagar de su mente entre pensamientos alterados y melancólicos. Se preguntaba, una y otra vez, qué es lo que debía hacer. Se encogió entre las sábanas y se cubrió aún más con éstas instintivamente. Quería protegerse, olvidar aquel futuro maldito que le había tocado, viajar sin un rumbo exacto, con un fin marcado, por supuesto… pero no tan cercano, no tan brusco como aquel. No le hacía falta volver su rostro para saber que tras ella, durmiendo tiernamente se encontraba esa persona de la cual no le cabía la menor duda de que no la abandonaría. Jamás. Pero él no se merecía sufrir, ella quería que al que ayer y hoy había llamado amor tuviera una vida tranquila, serena, feliz. Y aquello ella no se lo podía proporcionar.
Su estado era sencillo, no podía haber otro más. Enferma de cáncer durante demasiado tiempo, demasiado extendida aquella sentencia de muerte. Naiara veía su destino como un castigo, uno duro, inquebrantable. Decidió en su momento, no hace mucho, mantenerlo en secreto, sufrir en silencio, no someterse a ninguna clase de quimioterapia y vivir cada segundo que le quedase, aunque lo hiciese sola por no hacer sufrir junto a ella a más gente y, sobre todo, a él, a su pareja, a Jose. Más de una vez había intentado cortar su relación, pero se le hacía imposible, completamente. Quién sabe si algún día se lo diría, o quién sabe si seguiría con él mucho tiempo. En un rato Jose se despertaría y Naiara suspiraría de alivio por no tener que seguir cavilando sobre aquellas cosas tan desgarradoras. Aunque más que la muerte, desgarrador era pensar en separarse de él.
Semanas después, en un momento de la noche como otro cualquiera, la habitación se encontraba en calma y los dos jóvenes amantes “apaciblemente” dormidos sobre la cama. Aunque la tranquilidad no duró mucho tiempo, pues Naiara se incorporó de la cama bruscamente, emitiendo chillidos y dirigiendo sus manos hacia el origen del dolor. Jose se levantó de un salto y el pánico se apoderó de él al oírla gemir de tal forma. Entre alteradas preguntas e intentos de auxilio, Naiara se desplomó sobre la cama, inconsciente. Seguidamente, se oyeron otros gritos, pero esta vez de él.
Dos horas más tarde, Jose andaba de un lado a otro inconscientemente, alterado y aterrado a la misma vez. Preguntándose a sí mismo qué se suponía que le había ocurrido a su novia. Tras un tiempo de agonía, un médico apareció en el pasillo del hospital y le informó de todo lo que necesitaba saber. Cáncer, muy expandido. Se desmoronó tembloroso sobre una silla llevándose las manos a la cara. El médico prosiguió, entre un millar de palabras del cual o no podía, o no quería entender nada… pero la palabra que pilló al vuelo fue “embarazo, dos meses, casi tres”. La primera era, sin duda, la peor noticia que le habían dado en su vida, la que le podría deprimir el resto de su existencia. La segunda, no lo sabía. Podía llegar a ser padre, pero… ¿ella? Aquello le quitaría fuerzas. ¿Y si ella ya sabía que tenía cáncer, por qué no me había dicho nada? Y si debía abortar para no arriesgar su vida, ¿eso también la arriesgaría? Pero… ¿Cáncer? ¿Qué? ¿Por qué? Muchísimas, demasiadas, infinitas preguntas acudieron a su mente, rápidas como la velocidad de la luz, sin ninguna respuesta a su alcance.
Más tarde, su estado era estable. Enchufada a toda clase de aparatos, débil como nunca la había visto. Se le hacía una vista aterradora. ¿Quién le infundiría fuerzas ahora si era ella la que no podía hacerlo? Lo que tenía claro, es que no la dejaría sola en ningún instante. Tal vez, sólo tal vez una probabilidad remota del azar de la naturaleza podría curarla, salvarla de ese destino. Dicen que lo último que se pierde es la esperanza, pero lo que jamás, es el amor. O al menos el verdadero.
No fueron pocos los días que Jose pasó entre lágrimas, hundido en lo más profundo del pozo oscuro que era pensar en la posible, y más que probable, pérdida de su ser más querido. No pudieron acudir a la quimioterapia ya que estando embarazada no era aconsejable. Naiara había decidido tenerlo, alegando como razones que si Jose estaba dispuesto a sufrir por ella, quería dejarle en este mundo por lo menos un fruto de su amor.
Pasados meses, se llevó a cabo la quimioterapia, lo que conllevó efectos negativos en el físico de Naiara, como la pérdida de su cabello. Como Jose había prometido, no existió el más mínimo momento en el que se separase de su amor, cuidándola e infundiéndole fuerzas –aunque ni siquiera él las tuviese- para seguir adelante.
Los momentos duros se incrementaron a medida que avanzaba el embarazo, e incluso se temió por la vida de ambos, la madre y el futuro bebé. Pero la fe en seguir viva y dar a luz era demasiado grande. La quimioterapia había conseguido darle un tiempo más de vida a la enferma, pero la decisión de ésta había sido desde el principio morir en su casa junto a su amado y, si era posible, con su hija. Por tanto, cuando sintieran que se acercaba el momento, marcharían a su casa.
Al fin, llegó el día del nacimiento. Un par de semanas adelantado, el bebé llegó de imprevisto, alterando a los padres de una manera inimaginable. La madre estaba demasiado débil, pero consiguió concebir a aquella niña de ojos verdes sin ocasionar en el momento del parto ningún inconveniente en la vida de ambas.
Lástima que los padres de Naiara no hubiesen podido conocer a aquella niña, pues habían fallecido, también de alguna enfermedad, años antes. En cambio, los padres de Jose se presentaron en visitas prolongadas durante todo el tiempo que aquella pareja estuvo en el hospital.
El 4 de marzo de aquel año, la carta se echó sobre la mesa y volvieron a acomodarse en el hogar de ambos y, por supuesto, de la niña, la cual había cumplido ya los dos meses. Jose preparó sorpresas todos los días, ayudando al ambiente, haciendo más llevadero y más “feliz” todo aquello. En cambio, Naiara se mostraba feliz de verdad, estaba relajada, contenta por haber tenido una hija con la persona a la que amaba y que él la hubiese acompañado en todo lo malo y bueno.
El 14 de marzo aparecieron de imprevisto (para Naiara) en la casa amigos y familiares –que también los habían visitado en el hospital-, trayendo un montón de regalos, ofreciéndose a cuidar del bebé en aquella velada. A principios de ésta, sin mostrar ningún asombro en ningún rostro salvo en el de Naiara, Jose le pidió matrimonio, anillo y ramo de flores en mano. Un sí por respuesta provocó que aquel ambiente se llenara de aplausos. Había cumplido su objetivo, ver radiar de felicidad a Naiara. Vestida de novia –el traje en cuestión lo habían comprado los padres de él- y portando el ramo de flores, en la misma casa y enchufada a quién sabe qué trastos, intercambió un dulce beso con, ahora su marido, Jose tras decir un simple pero sincero “sí, quiero”.
El 28 de marzo fue el día crucial, en el que no había más caminos que tomar ni más sendas por las que escapar. Sin dioses ni santos a los que adorar, sin rezos que orar, se esperó pacientemente la llegada del momento, dejándolo todo en las manos del destino, como debía e iba a ser. Unas simples palabras bastaron. Demasiadas lágrimas derrochadas para desperdiciar los últimos momentos entre llantos. Su frase fue, y ninguna otra, “Abrázame y no me sueltes en mucho tiempo”. Sólo eso, unas míseras palabras y ya sabían lo que ocurriría en un momento no muy lejano. Y así, aquella madrugada de aquel 28, Naiara posó de lado su rostro sobre el pecho de Jose y lo abrazó fuerte, le dio un intenso beso en los labios y volvió a su posición anterior. Él le pasó una mano sobre la mejilla, acariciándola con gran cariño, la rodeó con sus brazos y cerró los ojos, pensando, a su pesar, que tal vez cuando los volviera a abrir la mujer de la que ha pasado catorce años de su vida enamorado no pueda volver a abrazarlo ni a decirle lo mucho que lo ama, que lo necesita. Ya no podrá volver a mirarle a los ojos siquiera.
Ella estaba feliz. No necesitaba vivir una vida larga y plena como para alcanzar la felicidad. Tenía veintisiete años, estaba casada con la persona de la que estaba enamorada y era, más que seguro, correspondida. Además, había tenido una preciosa hija a la que también quería con locura. Su destino allí lo había cumplido, ahora le faltaba saber si tenía más caminos que recorrer y si volvería a encontrarse con sus seres queridos.
Tras unos silenciosos e intensos minutos, Naiara abandonó su cuerpo y se dispuso en pos de lo que le albergara de cara a cualquier cosa.
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